Hola Petites ¡FELIZ CUMPLEAÑOS para mi! Ya lo habréis visto en mi Instagram, segurísimo jeje, y es que este fin de semana me he ido con mi chico a un lugar super especial: Villa Idalina, es un palacete del 1911 impresionante y super romántico pero aunque hoy os traigo un adelanto porque os voy a enseñar todo más a fondo porque de verdad es increíble, así que no os perdáis estos días mi blog que habrá muchas sorpresas.
Villa Idalina es un palacete construido en 1911 a orillas del río Miño, en el municipio portugués de Caminha. Andrés Carballo y Susana Fernández son un matrimonio de soñadores que ha hecho de la casa familiar un bed&breakfast mágico en el que celebran eventos con un catering de lujo.
La aventura, cuentan, comenzó cuando los abuelos de Andrés compraron la casona en 1968. «La veían desde el balcón de su casa y cuando supieron que estaba en venta se acercaron a cotillear, lo que no esperaban era que se vendiese a un precio asequible para ellos». Aunque reconocen que tuvieron que hipotecarse y vender varias propiedades, los abuelos de Andrés convirtieron Villa Idalina en su proyecto más personal y lograron reconstruir el palacete conservando su esencia original.
«Villa Idalina es como entrar en un museo que, encima, puedes usar», dice Susana, que asegura que para ellos es el pilar fundamental de todo lo que han hecho en la casona. «Amamos la casa y todo lo que hemos ‘reformado’ lo hemos hecho por mantenimiento, no hemos cambiado nada para que conserve su carácter«.
Idalina, que da nombre al palacete, es la mujer del dueño original, un indiano portugués que, cuando volvió siendo rico de las Indias decidió construir una casa de ensueño para su mujer. Joaquim dos Anjos Costa, el primer propietario de la villa, estaba tan enamorado que creó un espacio inspirado en sus viajes, con aires modernistas y mucha atención en los pequeños detalles que hoy conforman el mágico espacio en el que se ha convertido Villa Idalina.
Ventura Terra, el arquitecto portugués que dio forma a los sueños de Joaquim e Idalina, creó una casona espectacular coronada por una alta torre desde la que contemplar la desembocadura del Miño. «El encanto de la villa es el conjunto», reconocen sus actuales dueños, «en total son unos 6.000 metros de jardín y 1.200 de palacete, además de los edificios anexos que antes eran las cuadras y las habitaciones del servicio».